Con el permiso de © K. Eggenstein: 'El Profeta Lorber anuncia las catástrofes venideras y la autentica cristiandad

Kurt Eggenstein

El destino del Evangelio custodiado por la Iglesia Católica


   Las comunicaciones de la Nueva Revelación nos han aclarado el origen y destino posterior de los Evangelios. Ya se pueden descartar muchas teorías erróneas. Es de suma importancia, que hoy en día, en el tiempo posterior al Concilio Vaticano II, hasta los mismos teólogos católicos pueden admitir que existen cambios arbitrarios en los Evangelios, efectuados por los obispos de los primeros siglos, tal y como nos ha sido comunicado en la Nueva Revelación. También aquí la investigación histórica confirma la exactitud y fiabilidad de la Nueva Revelación.
    Aún queda mucho por descubrir acerca de los primeros siglos de la Era Cristiana. Los originales de los Evangelios ya se habían perdido alrededor del año 200. "Ni siquiera encontramos vestigios fidedignos de su existencia en el siglo primero."
    Las primeras copias completas en las que se basa el Nuevo Testamento datan del siglo V. Al copiar éstas, incurrieron en muchas faltas de transcripción. El número de estos errores se estima en unos 250.000, de los cuales unos 250 son variaciones substanciales en opinión del teólogo católico Henri Daniel-Rops, transformando a veces unos hechos desagradables en lo contrario. En su discusión seria con Pedro "y otros apóstoles de importancia", Pablo no aceptó la primacía de Pedro, diciendo en su Primera Carta a los Gálatas (I, 2, 5): "Pero ni un instante cedimos convencidos a tal esclavitud". En numerosos códices, entre ellos el Códice D (del año 500, más o menos), se describe el final de esta discusión exactamente al revés. En las copias se omitió la negación de Pablo para no poner en tela de juicio la autoridad de los papas. (El Nuevo Testamento, tal como lo conocemos hoy, no incluye estas falsificaciones.)
    Los fieles no se enteraron de que los evangelistas difieren entre sí en la descripción de los hechos. En cambio, san Ambrosio, el obispo de Milán, ya habla de estas diferencias en sus comentarios de los Evangelios, escritos en el siglo VI.
    Citaremos aquí sólo algunos ejemplos para demostrar que no todo el contenido de los Evangelios se basa únicamente en la inspiración verbal infalible del Espíritu Santo.
    Los sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), describen la muerte de Jesús de una manera diferente a la de Juan. Los sinópticos relatan que Jesús fue crucificado en un sábado, una cosa impensable siendo éste un día de gran festividad. Según el Evangelio de Juan, Jesús murió en un viernes. En el Evangelio de Marcos se da la hora de la crucifixión a las nueve "era la hora tercera cuando lo crucificaron". Según el testigo Juan (San Juan 19, 14), Jesús fue ejecutado por orden de Pilato a la sexta hora (mediodía)
    Encontramos también contradictorias las especificaciones que se refieren a las mujeres que iban a visitar al sepulcro. Juan escribe: "... muy de mañana, cuando era aún oscuro..." (S. Juan 20, 1), mientras Marcos dice (Ma 16, 2): "... al despuntar el sol...".
    Según san Mateo las mujeres vieron a un ángel sentado sobre la piedra del sepulcro (S. Mateo 28, 2), Marcos, en cambio, relata que las mujeres vieron al ángel en el interior del sepulcro. (San Marcos 16, 5). De los apuntes de Lucas se deduce que Jesús visitó Jerusalén una sola vez, mientras Juan afirma que Jesús estuvo en Jerusalén varias veces durante los tres años de su vida pública; este detalle se confirma en la Nueva Revelación. Mateo (27, 44) y Marcos (15, 32) escriben que Jesús sufrió los insultos de los dos hombres crucificados junto a él. Lucas en cambio dice que solamente uno insultó a Jesús, mientras el otro le reprende por este hecho.
    Según Lucas (24, 5), la ascensión de Jesús tuvo lugar cerca de Betania, según los Hechos de los Apóstoles 1, 11-12 en el Monte de los Olivos de Jerusalén.
    Las diferencias que encontramos en los Evangelios se explican por las diferentes fuentes de donde recibían los datos los evangelistas, tal como lo explica la Nueva Revelación.
    Los expertos confirman que los Evangelios sufrieron interpolaciones y modificaciones; la Nueva Revelación así lo indica. No es tampoco una novedad, pero el hecho se mantuvo en secreto para no inquietar a los fieles. Origenes, el famoso sabio y estudioso de la Biblia (250 DC.) llegó a la conclusión de que algunos relatos bíblicos habían sido inventados.
    Posterior al Concilio Vaticano II, los eruditos católicos ya pueden admitir abiertamente que se conocían estos detalles La Encíclica Providentissimus Deus del papa Léon XIII y otros decretos de la Iglesia no lo habían hecho posible anteriormente. La mencionada encíclica "anti-modernista" de León XIII enseña que "los Evangelios expresan con infalibilidad todo lo que Dios encargó a los evangelistas a escribir y solamente lo que Él mandó". Albert Schweitzer condena estos métodos, constatando: "en vez de hacer prevalecer la verdad, ésta ha sufrido cambios, torceduras y ha sido tapada". Ateniéndose a la enseñanza de León XIII, Benedicto XV y Pio XII en el año 1962 el profesor Karl Rahner, S. J., todavía escribe en su diccionario teológico que la inspiración es presente en todas partes de la Escritura, también en las partes que no se refieren a la doctrina salvívica, sino a hechos de las ciencias naturales. Todo había sido inspirado por Dios, y por lo tanto quedaba exento de errores.
    Desde luego, expertos como Rahner, Brinkmann, etc., saben que se encuentran contradicciones y errores en los escritos del Nuevo Testamento. Tuvieron que resolver estos problemas de manera sofisticada.
    Después de largas luchas con la curia, con el Concilio Vaticano II llegó el cambio. Muchos obispos declararon que gran cantidad de afirmaciones eran insostenibles a causa de los resultados de las investigaciones científicas. Por ejemplo, el cardenal König (Viena) presentó al Concilio la lista de una serie de errores históricos contenidos en la Biblia. Una vez demostrado sin lugar a dudas, que no todos los textos bíblicos son correctos, se solicitó a los exegetas reconsideraran el Antiguo Testamento con vistas al rigor histórico. Ahora los profesores católicos pueden decir abiertamente lo que ya sabían, pero que se presentaba de modo distinto en las enciclopedias católicas, en contra su convicción.
    En el léxico teológico de bolsillo, publicado por Herder en 1972, Rahner pudo escribir: "La critica de textos se esfuerza en establecer del modo más preciso posible el sentido originario de las palabras de los libros bíblicos a base de la tradición manuscrita. Esto es necesario, ya que el texto ha sufrido incontables modificaciones; ya sea por errores de copia o por correcciones intencionadas.
    En la nueva edición del Léxico bíblico católico, editado por H. Haus S.J. Einsiedeln, 1968, se omite la frase contenida en las ediciones anteriores: "La integridad de los Evangelios es substancialmente cierta".
    El profesor Geiselmann dice ahora libremente que la versión actual de los Evangelios ha sufrido repasos diversos a través de sus diferentes ediciones.
    "Todo esto ha de apartarse", dice el Señor a Lorber, "dejemos a la ciencia su espacio, porque ella puede servir de instrumento para limpiar el mundo de la inmundicia..." (Gr XI, pág. 179).
    Hacían falta casi cien años hasta que esta palabra pudo verificarse dentro de la Iglesia Católica contra la violenta oposición de los integralistas romanos. Solamente entonces les fue permitido a los científicos católicos la investigación crítica de la Biblia y a publicar sus resultados.
    Estando al corriente de las contradicciones y de las manipulaciones efectuadas en el Evangelio, la jerarquía obligaba a creer, so pena de castigo de infierno eterno, que cada palabra era infaliblemente inspirada por el Espíritu Santo y que los Evangelios exigían la fe en la infalibilidad en todas sus partes. Por las falsificaciones hechas, la "Buena Nueva" se había convertido en un mensaje de amenazas. El Dios del amor infinito volvió a aparecer como el Dios vengativo del Antiguo Testamento, un Dios que inflinge pena eterna por transgredir preceptos de la Iglesia. Para impedir que el pueblo de Dios cayese en dudas leyendo la Biblia, durante siglos enteros, la Iglesia prohibió la lectura de la Santa Escritura. Para la posesión de la Biblia era prevista la pena de muerte en España. Este hecho conocido de los historiadores, fue dictado a Lorber hace más de cien años: "Roma prohibió severamente al pueblo la lectura del Evangelio, al igual que la lectura de los libros de los hebreos, y castiga a los transgresores, incluso con la pena de muerte". (Gr XI, pág. 282). La Universidad de Paris (Sorbona), incluso prohibió el estudio del griego para impedir investigaciones en los códices griegos del Nuevo Testamento. Esto se consideraba herejía y se castigaba con la muerte. Hasta en el siglo XIX las prohibiciones de la lectura bíblica todavía se inculcaron a los fieles. Para los estudiantes de teología no existían problemas de ciencia bíblica, ya que no existía tal ciencia hasta el principio de nuestro siglo, como lo afirma el jesuita L. Billot (que luego llegó a ser cardenal). "Enseño desde hace veinte años", escribe Billot, "mis estudiantes ni siquiera saben que existe un problema bíblico."
    Otra confirmación notable acerca del espíritu que reinaba en la formación de los seminaristas nos la da Ernesto Buonaiutti, que durante sus años de estudio en el seminario era amigo del que fue más tarde papa Juan XXIII. Él relata que a los estudiantes de teología no les era permitido poseer el Nuevo Testamento. No llegaría a las manos del estudiante hasta que un superior benévolo se lo regalara al recibir las órdenes menores.
    Durante mucho tiempo no se permitía citar la palabra de san Jerónimo, obispo de Milán y doctor de la Iglesia (siglo IV): "Quien no conoce la Sagrada Escritura, no conoce a Cristo". Hoy hasta los católicos pueden saber que la Biblia es palabra de Dios y palabra de los hombres. Para no intranquilizar a la generación de nuestros mayores, no se habla ni se escribe demasiado sobre este asunto. Muchos fieles ni siquiera se dan cuenta de la ruptura dentro del sistema. La constitución dogmática Dei Verbum que fue compuesta como fórmula de compromiso después de una áspera lucha con la Curia, se ha distanciado con mucha prudencia de la doctrina tradicional. La afirmación del profesor Hans Küng: "Es larga la lista de los heréticos que con el correr del tiempo han podido demostrar que tenían razón", se ve confirmada una vez más.
    Pero el daño hecho es irreparable. La generación joven -especialmente la juventud estudiantil-, reconoce la importancia fundamental de este proceso que pone a plena luz el problema de la verdad, y sacará sus conclusiones. Consecuencias de otro tipo ya se habían dado a causa de la prepotencia y la coacción moral ejercida sobre las conciencias. Los escritos aparecidos en el período de la Ilustración (siglos XVII - XVIII), constituyen una reacción al somnífero apologético de la Iglesia. Como dice Amos N. Wilder: "El enemigo se puede igualar con el embrutecimiento, la superstición, la ignorancia, el dogmatismo, en fin, con todos los tiranos de la mente". En consecuencia, el racionalismo predominó en los escritos y sus frutos los vemos hasta en nuestros días.


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© Texto: Kurt Eggenstein; © Edición informática; © by Gerd Gutemann G. Gutemann